Observaciones

Es curiosa la vida cuando uno se para y se sienta a observarla con detenimiento. A menudo no solemos detenernos a pensar, a meditar sobre lo que ocurre a nuestro alrededor. Vivimos con prisas. No andamos, corremos. Y aconsejo a todos hacer un impás en el quehacer diario. Un kit kat, para reflexionar unos minutos. Solo para ver a la gente pasar delante de ti. Abrir los ojos. Escuchar. Y sin criticar. Solo ver, oir y callar. Ya habrá tiempo después para hablar. Prestar atención, en definitiva. Se aprende mucho. Te enseña a ver la vida de otra manera. De hecho se ve de otra manera. Dudas de aspectos que hasta ese momento parecían claros e innegociables. Oyes de lo que habla la gente. Te enteras de sus prioridades e inquietudes. De sus deseos y objetivos. A corto y  largo plazo. Cada uno distinto y significativo.Hoy es lunes 20 de junio. Víspera de comience el verano. Y el día después de que unos 150.000 'indignados' salieran de nuevo a la calle a mostrar su descontento. Hoy me he sentado un rato en una terraza a observar, sin prisa, y con las antenas puestas lo que ocurría en la calle. Un grupo de personas, compañeros de trabajo parecían, salen de tomar un café. De hacer su pausa matinal. El tema de conversación eran las vacaciones. Londres parecía ser el destino de uno de ellos, y la conversación giraba en torno a esa gran ciudad. Y lo que se puede llegar a hacer en ella. Poco después entran en escena dos hombres de unos treinta años. Trajeados los dos aunque uno de ellos sin corbata, y con maletín. Comerciales o trabajadores de una caja o un banco, me dije. El tema de conversación era el fútbol. Cosa nada anormal por otra parte. Los futuros fichajes del Madrid y el de Barsa y el omnipresente Mourinho acaparaban la atención de ambos. Al rato, tres jovencitas, de unos veinte años o poco más, que podrían ser indignadas perfectamente -aunque no tenían pinta- hablaban, o voceaban mejor dicho, sobre lo que tenían pensado hacer esa mañana. De compras. A quemar la tarjeta. Objetivo: estar guapas este verano. Una de ellas llevaba ya en la mano una bolsa de Massimo Dutti, así que deducí que ya había iniciado la ofensiva, aunque bien podía ser una devolución. El caso es que las esperaba una mañana entretenida. A lo lejos se escuchaba a un hombre hablando con el móvil. Algo inquieto y furioso. No paraba de hacer 'esparajismos' con las manos. La tensión corría por su venas. Si tiene delante a la persona con la que estaba hablando, seguro que le estrangula. Además, era un hombre de unos cincuenta años y de constitución fuerte. Camisa de manga corta de cuadros, vaqueros y náuticos en los pies. Un barba de dos días le endurecía el rostro. Al parecer, de lo poco que me 'cosqué', el hombre estaba indignado, pero de verdad, con algún dinero que le adeudan y que necesita para seguir con su empresa a flote. Estaba nervioso y al borde de algo, no se de qué, pero al borde. Intuí que se trataba de un pequeño empresario o proveedor al que o le pagan ya lo que le deben o se acabó lo que se daba y su negocio se iba al carajo. Cuando colgó el hombre estaba abatido. Impotente. Me dio pena, la verdad sea dicha. Pensé en su familia y sus hijos. Desconozco si tiene vástagos o está casado, separado o divorciado. Pero me imaginé a ese hombre llegando a casa a comer sin poder decirle a su mujer, por orgullo o por no darle un disgusto, que la empresa de su vida, su sueño, su todo, se terminaba para siempre. La verdad es que después de esto me levanté, ya con mi café terminado y mi cigarrillo consumido, con mala sensación. Aturdido. Al poco de iniciar mi andadura hacia el periódico, me topé con los indignados, situados en Fuente Dorada. Cientos de papeles colgados con reivindicaciones, que impiden a los transeúntes pasear con normalidad sin tener que agacharse, decoran esta preciosa plaza vallisoletana venida a menos desde hace poco más de un mes. Pensé en estos indignados. Al llegar a mi puesto de trabajo cojo varios diarios y me dispongo a leer sobre lo que ocurrió ayer en toda España. Apenas 150.000 indignados mostraron su descontento por los 22 millones de personas que votaron el pasado 22 de mayo, leo en La Razón, donde se publica también una encuesta en la que se pone de manifiesto que más de la mitad de los españoles considera que el movimiento 15M es antidemocrático y rechaza sus actuaciones, y que apenas tres de cada diez piensan que sus protestas servirán para algo. Y la verdad es que con lo que he visto y escuchado en ese rato de relax, doy la razón a la encuesta porque nadie hablaba de los indignados. Parece que no existen. O al menos no son su preocupación principal. Tienen otras cosas en qué pensar. Yo creo que es la gente no sabe realmente lo que piden. O les da igual.
Después leo una tira cómica en la que sale una mujer fregando el suelo de su casa mientras explica que su hijo está indignado con los bancos y exige una vivienda digna porque el pobrecito vive en casa con sus padres gratuitamente y a mesa puesta. E incluso asegura la madre que su hijo heredará sin tener que pagar la hipoteca, para terminar preguntándose: ¿Es indignante o no es indignante? No sé si este 15M servirá para algo, o si será capaz de cambiar las cosas. Tampoco se muy bien qué es lo que hay que cambiar para mejorar las cosas. Pero lo que sí sé es que este movimiento del 15 de mayo ya se ha caducado y no da más de sí. Y no dejo de pensar en ese hombre del teléfono, que al igual que otros muchos que estarán como él, abatidos, por no atisbar un horizonte esperanzador en su vida, se levantan cada día a pelear por lo suyo. A luchar por lo que se han ganado a pulso en su vida, con su esfuerzo y su sudor. Gente a la que nadie les ha regalado nada. Se lo han tenido que currar. Y veo a muchos de estos indignados, con poco más de veinte años algunos, que parece que están de picnic o de vacaciones, luchando por cosas utópicas, de izquierdas, porque es lo que son, sin dar soluciones reales, reclamando más gasto público cuando los españoles estamos hipotecados hasta las cejas, y es ya insostenible la situación, solo para seguir viviendo del cuento a costa del resto, como ese hombre del móvil -sigo sin quitármelo de la cabeza- pidiendo que les regalen una casa y un empleo en el que trabajen lo justo y ganen lo máximo. Y les oigo culpar también a todo el que se menea de la que está cayendo en España, menos al verdadero culpable, que no es otro que nuestro todavía presidente y su nefasta política económica.

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