La huelga

"Esta reforma laboral me costará una huelga". Lo ha dicho Mariano Rajoy, ayer en Bruselas, pillado in fraganti por uno de esos micrófonos abiertos, en este caso de una cámara de televisión, que tan malas pasadas suelen juegar a los políticos principalmente. ¿Alguien lo dudaba? Haga la reforma laboral que haga el nuevo Gobierno popular, la huelga está garantizada. Los sindicatos le están esperando con el cuchillo entre los dientes. Con la escopeta cargada. Como agua de mayo, diría también. Le tienen ganas. Es de derechas. Antes, con el maestro Zapatero, no se atrevían, agasajados como estaban por el Gobierno socialista. Cinco millones de parados con reforma laboral incluida y aprobada por decretazo no son motivos suficientes para movilizarse. Se les ve el plumero demasiado. No les interesa España una mierda. Solo les mueve hacer el egipcio. Eso es lo que mejor se les da. Pero con el PP no les vale. Lo saben. Y po eso provocarán en apenas un par de meses lo que no se atrevieron a hacer en ocho años. Sindicatos pesebreros. Malditos bastardos. Tragones. Todavía recuerdo mi despido en el periódico Grada Deportiva, en enero de 2004, que ya he mencionado en algún wanted anterior. Despido improcedente a todas luces. Ningún sindicato movió un solo dedo. Como no teníamos representante sindical porque no nos daba la real gana, aunque teníamos derecho a él por el número de trabajadores en plantilla, nos dejaron tirados como una vil y miserable colilla. Donde no pueden sacar tajada no están. ¿Defensores de los trabajadores? Y una mierda pinchada con un palo. Les reconozco el mérito de haber logrado avances en derechos sociales y laborales que, en mi caso y como currito que soy de una empresa, me beneficio de ellos. Pero provengo de una familia de autónomos. De una empresa familiar. Y sé por lo que se pasa, sobre todo en momentos delicados como el actual. Nadie te ayuda. Solo tu esfuerzo y trabajo. Si tus empleados se ponen malos, se cogen la baja, simulada o no, y a pagar. Si llegan tarde a trabajar, a tragar. Si de repente les duele la cabeza el día que se supone que más jaleo vas a tener, a tragar también. Si no les das el día de descanso que quieren, mal rollo. Y no te digo nada las vacaciones. Luego que si el niño se pone también malo, que si el cole, que si ahora vengo que voy a echar un pito, que si... A cagar a la vía. Derechos sociales sí. Pero también obligaciones. Y sobre esto último, los sindicatos no habla tanto o se olvidan de ello. En mi vida he participado en varias huelgas, sobre todo en el instituto. Que buena época. La excusa perfecta para no ir a clase e irte a tomar unas cervezas o armar bulla entre la manada. Recuerdo algunas huelgas simpáticas para pedir que España cumpliera con el 0,7 por ciento de su PIB para ayudar al tercer mundo. Otras contra una de tantas reformas educativas que nos han impuesto los políticos de turno. Otras a favor de una Universidad pública, plural y, sobre todo, más barata y de calidad. En todas me lo pasaba pipa y siempre había alguno que profería cánticos ultras. Parecíamos hooligans que íbamos de camino al campo. Vaya tela. Ahora, como periodista, me he tragado ya varias 'manifas' y solo una huelga general. Esa protesta, por llamarlo de alguna manera, que se celebraba el pasado año pactada entre Gobierno y sindicatos y con la misión de no hacer mucho ruido. Es lo que hay. Pero en todas, siempre hay un nexo común. No faltan ni la horripilante bandera de la nefasta II República española, ni tampoco la hoz y el martillo. Siempre fieles y ondeantes a su cita. Qué horror. Me voy de huelga.

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