Último trabajo por España

"No me quieran tanto y vótenme más". Es una de las frases míticas de Suárez en su etapa al frente del Centro Democrático y Social (CDS) cuando volvió a la arena política un año después de dimitir como presidente del Gobierno. Una época que no salió como él esperaba, y en la que es verdad que recibió más cariño de la gente que votos. Un expediente X, como su marcha de la Presidencia del Gobierno, aún sin resolver. "Hoy mi marcha -dijo entonces- es más beneficiosa para España que mi permanencia en la Presidencia. Y me voy porque no quiero que por mi culpa el sistema democrático sea un pequeño paréntesis en la historia de España". Un amor y un cariño, que es justo y merecido, que el pueblo español no ha olvidado y que se está poniendo de manifiesto en estos dos días de luto oficial que llevamos de los tres que se han implantado. Más de treinta mil personas han pasado por la capilla ardiente en el Congreso de los Diputados y decenas de miles le han despedido esta mañana en el cortejo fúnebre desde la casa de todos los españoles hasta la plaza madrileña y madridista de Cibeles, y al mediodía, en la catedral de Ávila, donde en su claustro ya reposan los restos del primer presidente de la Democracia en España junto a los de su mujer Amparo. Pero un amor y un cariño con el que el pueblo lanza también un aviso a navegantes, encarnados en la clase política actual, repudiada por la mayor parte de la sociedad. Políticos a los que los ciudadanos culpan de nuestros males económicos, y los que acusan también de alejarse del pueblo y de la realidad diaria, de sus problemas y de sus necesidades, por intereses partidistas. Justo lo contrario de lo que fue Adolfo Suárez. Un hombre de Estado. Un político responsable que antepuso siempre los intereses de España y de los españoles de los de su partido, pero también de los suyos propios. Siempre se lamentó de no haber pasado más tiempo con su familia, lo que compensó y con creces cuidando de su mujer en sus últimos años de vida y de lucha contra el cáncer que la llevó a la tumba. "El poder se tiene mientras se ejerce y su única legitimidad es la entrega total al servicio de los demás", Suárez dixit. "El futuro no está escrito porque solo el pueblo tiene la palabra y puede escribirlo", es otra de las frases para historia que nos dejó Suárez en uno de sus discursos en el Parlamento. Y la gente no es tonta, aunque a veces lo parezca. Reconoce los méritos de un hombre de Estado como Suárez, pero a la vez lanza una pulla a los dirigentes de hoy, a los que pide, de forma pacífica y no con la violencia mostrada por radicales de la Marcha de la Dignidad, otra forma de hacer política en España. Una sociedad que reclama otra manera de gobernar, pero también de opositar, desde la unidad y la concordia de todos los españoles, y en la que primen los intereses generales de los españoles, su calidad de vida y bienestar. Porque es posible. Porque Suárez ya lo hizo posible, y en peores circunstancias. Y porque su muerte, espero y deseo, que no haya sido en balde. Ha sido su último trabajo por y para España.

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