Una cena especial

Las once de la noche más o menos de este pasado domingo 23 de septiembre, tras un fin de semana horrible. De esos que no deseas ni a tu peor enemigo. El más duro que recuerdo en mis treinta y tantos años. Casa de Tere y Carlos, los padres de Currito. Mis amigos. Mis tíos... Unas lonchas de salami y de jamón de york. Otras de chorizo. También otras pocas de jamón. Unos tacos de queso. Todo ello encima de la mesa, con el propio envoltorio de la tienda. Una ensalada de tomate de la huerta. Vino tinto de Protos y un pan de pueblo.  De postre, varias manzanas, verdes y coloradas y unos yogures. Música de una emisora de radio que no me acuerdo cual era de fondo. Para llenar un poco más la estancia. Tabaco. Café. Y algo de whisky, para pasar el trago. Alrededor de la mesa, cinco personas. Mi pareja Isabel y su prima Sara; sus tíos Teresa y Carlos; y el que escribe. Pese a las circunstancias, la mejor cena de mi vida y en la que más a gusto y arropado me he sentido jamás. Aunque lo cierto es que éramos seis en la mesa, contando a nuestro querido y añorado Currito o 'Culín', como le llamaba su abuelo materno Claudio, cuyo cuerpo no estaba presente, pero sí su alma y los numerosos e inolvidables momentos que hemos vivido juntos. La mala suerte, la casualidad, el destino o lo que sea, nos lo han arrebatado antes de tiempo mientras trabajaba durante la madrugada del pasado sábado en la bodega, recién comenzada la vendimia. No creo que sepamos nunca lo que verdaderamente ocurrió diga lo que diga la autopsia cuando salga. Tampoco creo que importe ya mucho, salvo para sus padres poder saber a ciencia cierta si al menos no sufrió durante su muerte. Consuelo menor, pero consuelo al fin y al cabo.
Se llamaba Carlos, y sus apellidos, González Quiroga, aunque pronto le puso su madre de mote Curro para diferenciarlo de su padre, también Carlos, que le quiso poner de nombre Basilio como recuerdo de su otro abuelo paterno. Menos mal que la Tere anduvo rápida porque si le llegan a poner Basilio a nuestro Currito... Bueno, le hubiéramos llamado Basi, digo yo.
Pero trataba de explicar que esa cena del domingo ha sido la mejor de mi vida. No es fácil contar ese momento, y menos aún como, rotos de dolor, de pena e impotencia, y superados por los acontecimientos, conseguimos reirnos un buen rato recordando cada uno nuestras mejores anécdotas con Currito, quitándonos los cinco incluso la palabra de la boca. Y cómo logramos, al menos durante unas horas, olvidarnos de la tragedia y darnos calor y compañía los unos a los otros, sobre todo a sus padres que están pasando el trago más amargo de sus vidas, y solo Dios sabe si podrán superarlo algún día. Una cena y posterior sobremesa en la que, aunque resulte paradójico, pudimos disfrutar, entre cigarro y cigarro, de un momento muy especial y mágico. Una velada, en la que dimos nuestro particular y merecido homenaje a Curro, brindando incluso con vino de Protos, del último Box de la bodega que les llevó Currito a casa, y que solo el sueño y el cansancio pusieron fin cerca de las dos de la mañana, aunque en el fondo, creo, todos queríamos continuar. Porque han sido muchas las vivencias y los buenos momentos que hemos pasado con Curro. Tantas que me quedaría sin espacio en este blog. Aunque yo he decidido quedarme con esta cena en la que no estaba pero sí estaba. Y con eso nos quedamos o deberíamos quedarnos. Con la felicidad que nos aportaba su compañía, aunque últimamente y por culpa de lo morrudo que era o de esa novia rara que tenía, que sí que es verdad que le quería mucho pero que nos quitó a Currito durante mucho tiempo, no pudimos disfrutarla lo que hubierámos querido. Porque Curro era peculiar y singular, pero un buen tío. Un poco calzonazos también. Iba bastante a su bola, pero tenía la virtud de que todos le entendíamos. Cuando decía no, era no. Y punto. Pero nadie se enfadaba. Era más difícil quedar con él que con el Rey de España, y tenía los amigos un poco abandonados, dicho sea de paso, pero, sin embargo, nunca perdimos la esperanza de poder pasar con más tiempo junto a él. Amigos que, por cierto, estuvieron todos presentes en su funeral acompañándole hasta el final e incluso antes, arropando a la familia. Los González Quiroga no son mucho de besos y este fin de semana han dado cientos de ellos. Los besos más amargos de su vidas. Los que nunca imaginaron que iban a dar. Pero sé, a ciencia cierta, que los mejores besos que dieron fueron a los amigos de Currito. Y que verles a todos juntos ha sido, dentro del dolor, un momento de felicidad y satisfacción por el deber cumplido. Currito era futbolero y jugón, aunque el cabrón colgó las botas antes de tiempo. Me contó su madre que cree que asustado por un golpe que se dio en la cabeza un día jugando y por el que le tuvieron que poner varios puntos de sutura. Seguidor del Real Madrid y sobre todo de Raúl. La última vez que le ví llevaba puesta la camiseta azul de Raúl de Schalke 04 que se compró cuando éste se fue a jugar a Alemania. Hemos visto muchos partidos del Madrid juntos aunque en los últimos años menos de los que hubiera querido. Pero eso ya no importa. Le gustaba la Coca Cola, pasear con su novia por Valladolid, tomarse una cerveza cuando iba a echar la quiniela en Peñafiel al salir de trabajar, tumbarse en el sofá a ver la tele, y la música de Los Secretos que, aunque son un poco tristes -y mira que se lo dije veces- le encantaban, pero ya sabe que para los gustos los colores.  El caso es que el muy cabrón nos ha hecho la peor jugarreta de todas. Y no nos hemos podido despedir. Ni siquiera en su cumpleaños que fue dos días antes de perder la vida, donde le mandamos un puto mensaje diciéndole que esperábamos que cumpliese muchos más. Porca miseria. Pero eso ya, tampoco importa mucho. Ya solo nos quedan los buenos momentos que hemos pasado juntos, que recordaremos siempre, y pasar página cuanto antes. Aunque nos cueste, porque la vida no es fácil y da estos golpes de vez en cuando. Golpes que duelen en lo más profundo del corazón y del alma, pero que que hay que encarar con la mayor entereza posible y seguir adelante. Aunque eso ya, tampoco sé si importa ya demasiado.  Descansa en paz Currito, y si puedes leer estas líneas allá donde estés pues nada, que ya nos veremos allí arriba algún día, pero hasta entonces, espérame sentado, porque no pienso irme tan pronto como tú, cabronazo, ya que trataré de disfrutar algo más de esta vida para poder contártelo después con tranquilidad, mientras nos echamos un cigarro y vemos juntos a nuestro Real Madrid.

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